La muerte: el miedo a lo desconocido

Un sudor frío, una falta de aire, ansiedad... Esto es lo que le pasa a mucha gente cuando piensa en la muerte. Porque cuando uno se para a preguntarse tras, por ejemplo, haber estado preparando un trabajo durante semanas, para qué sirve todo lo que hace, no puede uno evitar caer en esa sensación angustiosa, preferiblemente evitable. Pero, ¿por qué le tenemos tanto miedo a la muerte?
Quizá la respuesta esté en el sabio refranero español: más vale mal conocido que bien por conocer. Y es que el miedo a lo desconocido nos acompaña desde siempre. ¿Quién no ha tenido nunca miedo de pequeño a la oscuridad o a simplemente dormirse?
Porque, es importante la pregunta, ¿qué es la muerte? La muerte es algo que irónicamente siempre nos acompaña a lo largo de nuestra vida. Durante los años que llevamos en este mundo, hemos visto morirse a familiares, quizá a amigos, y todos sabemos que tarde o temprano llegará nuestra hora.
La muerte es desde un punto de vista de una tercera persona algo bastante conocido: sabemos que la puede causar, cuáles son sus efectos, forma parte de nuestra cultura, es algo inherente a la especie humana.
El problema, la angustia viene cuando nos planteamos este tema desde un punto de vista de primera persona. Quizás un cristiano pueda tener un poco de consuelo al pensar que, siendo bueno, alcanzará el Reino de Dios. Sin embargo, la verdad es que nadie, ni ateos, ni cristianos ni agnósticos ni nadie más sabe qué le va a pasar cuando se muera. No sabemos quién es ese ente que llamamos "Yo", ni siquiera sabemos si de verdad existe. Lo único cierto es que pensar el panorama que nos espera para cuando nos llegue nuestra hora es bastante desolador. No porque tenga que ser necesariamente malo, sino porque nuestro conocimiento es, y será siempre, nulo.
Ante la idea de muerte, hay cuatro posturas fundamentales: la religiosa, la agnóstica, la atea y la indiferente.
Por un lado, la religiosa se basa en dogmas de fe. Un religioso cree en ideas como Cielo o Infierno sin saber en realidad qué son. Un cristiano no solo puede tener miedo de si en realidad existen, sino que también está el dilema de si habré sido suficientemente bueno e iré al Cielo o si por el contrario he sido malo y Dios me someterá a toda su ira durante toda la eternidad. Lo cierto es que un cristiano con cargos de conciencia lo lleva bastante crudo.
Por otro lado, la postura agnóstica predica que nunca podremos saber qué nos pasará. No es que no se lo plantee, ni que le de igual: simplemente nunca lo podremos saber. El conocimiento de lo que nos pasa después de la muerte está desconectado del saber humano, tanto por nuestra capacidad de razonamiento, como por nuestra incapacidad de morir y resucitar.
La tercera postura es la atea. Los ateos niegan completamente la existencia de Dios y afirman rotundamente que los religiosos son unos dogmáticos (algo que, hay que decirlo, es totalmente cierto) y a veces a los agnósticos de afirmar algo que no tiene que ser cierto. Ponen por ejemplo que antiguamente se creía que, por ejemplo, nunca se conocería la composición de las estrellas. Según ellos, el que antes no se creyera nunca que no se podría conocer no implica que realmente no se pueda conocer. Sin embargo, los ateos caen también en el dogmatismo. El ateo normal cree que la ciencia podrá en un futuro explicarlo todo. Sin embargo, los ateos caen en una paradoja: la ciencia no está completa, ni mucho menos, faltan muchas preguntas por contestar. Según una famosa frase, por cada pregunta que se resuelve en ciencia, surgen otras cuatro. Por lo tanto, ¿cómo se puede afirmar categóricamente, basándose en la ciencia, la no existencia de algo que supuestamente ha creado todo, cuando todavía no se sabe el origen de ese todo?
La última postura es la indiferencia. En realidad todos pecamos un poco de esta postura. ¿Nunca hemos dejado reposar la idea de muerte cuando nos ha venido a la mente, para no angustiarnos? ¿Cuántas veces nos hemos planteado con seriedad qué nos pasará cuando muramos?
Desde mi punto de vista, las cuatro posturas son aceptables, siempre que uno acepte lo que conlleva creer en cada una de ellas. Tanto los ateos como los cristianos son dogmáticos, los agnósticos aceptan su eterno desconocimiento de algo que, a lo sumo, va a pasar en ochenta años, y los indiferentes... Bueno, ¿cómo voy a criticar una postura que practicamos todos todos los días?

Comentarios

  1. Echo en falta alguna referencia filosófica... que las hay...pero bueno... correcta entrada.
    Saludos

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

La ontología de Parménides: La razón contra los sentidos

Del Mito a la filosofía: dos formas de explicar la realidad

Crítica del comunismo (I): contradicciones de la tesis de Marx